miércoles, 23 de junio de 2010

Detrás de su sombra...

...En un instante me volví hacia ella, no se había dado cuenta. Ella seguía marchando hacia lo largo de la avenida. Me quedé atónito. No sabía si reclamarla, pronunciando su nombre, o si enmudecer junto con el bullicio de los taxis y los colectivos.
Luego de unos instantes, despareció entre un grupo de universitarias que no demoré en despreciar.

Me quedé pensando en ella. Las ventanas de la coaster proyectaban su imagen viva. 'Aquella marcha entre la gente, perdiéndose entre la multitud' -pensé. La gente parecía fantasmas moviéndose, sentándose a mi costado. La veía sentada en un asiento unipersonal, estaba mirando hacia el otro lado, apoyando su mano en el mentón. María -dije mentalmente. Ella volteó y me miró a los ojos.

Me acompañaba por la acera el 'toc' de mis zapatos; mi mirada apuntaba hacia el suelo. Las huellas de escupitajos y de algún poste vomitado decoraba el gris del frío cemento. Una pausa a mi caminata era la campana de la iglesia de la calle. Una pareja volteó a fisgonearme. Yo los observé con cierta renuencia, y, como es de costumbre entre las personas ajenas, las miradas se rompen en cuestión de segundos.
Giré la cabeza hacia la pista. Estaba vacía. Ningún auto corría por el asfalto. Existía sólo una huella de aceite en el medio, como una gracia en el atardecer del día.

El celular dormía a un costado de la lámpara. Mis zapatos, mis medias, mis pantalones, mi camisa, todos ellos yacían en el alfombrado suelo de mi dormitorio. Me cubrí ligeramente el cuerpo, y me acosté en la cama.
La luna me miraba a los ojos por la puerta de la terraza. Yo la miraba a ella. Brillaba pícaramente como la testigo de mis noches con ella. El viento se abría paso por debajo. La cama daba vueltas. Mi mente giraba junto con el ventilador de techo. Estaba idiotizado, cegado, abstraído. Sus besos me hacían falta. Mientras me tocaba suavemente, recosté mi cabeza sobre la otra almohada. Aún percibía su perfume. Imaginaba que podía penetrarla imaginariamente en mi soledad. Las lágrimas no tardaron en brotar, un quejido y un suspiro entrecortado y sordo culminaron el momento. Me levanté de la cama y busqué un vaso con agua.

Sólo el sol pudo despertarme, el celular estaba en el suelo, enmudecido por mi camisa. Aún vibraba y cantaba su canción. Domingo, iría a la misa. El departamento olía a nada y el baño me esperaba. Una fría ducha de invierno complementaba mis ganas de volver a verla.

La tarde acojonaba mis sentidos, me sofocaba, me desesperaba. No pasaba nada, nada se movía. Corrí desesperadamente a cojer el celular. 'No hay ningún mensaje nuevo' -indicaba el sistema operativo. Caía la noche, el hambre no cundía en mi cuerpo ni las ganas de seguir despierto. A su vez, la cama me obligaba a estar en vigilia y a sentarme en su borde cada cinco minutos. En eso, las puertas se abrían. Ella entraba desnuda mi dormitorio. Su mirada familiar y su sonrisa lujuriosa me hacía sentir más cómodo. Me silenció. Poco a poco se acercó a mí hasta que sus senos sombrearon mi frente. Me acarició el rostro con sus dos manos y me clavó su mirada. Besé sus manos y muñecas como si hubiese pasado años sin probar a una mujer. Besé y saboreé su vientre, luego, su espacio íntimo, mientras manoseaba sus senos desenfrenadamente. Rompió en gemido, no podía hacer más que agravar la situación. La lanzé hacia la cama y la hice mía. El sueño terminó venciéndome.

La oficina no sabía igual. No sentía esa sensación que percibía diariamente. Paseé por el cafetín tres veces. No estaba normal, no estaba tranquilo. Un vaso de agua San Luis, y nada. Decidí por sentarme a trabajar y sólo trabajar. Doce y media, el hartazgo ya colmaba mi paciencia. Me levanté con humillación y caminé con premura hacia su lugar. 'Fátima Robles Espinoza - Sección 3'. Mi paciencia había encontrado su muerte.

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